Ozzy Osbourne se salió con la suya, con el homenaje que se merecía, hace solo 17 días, el pasado 5 de julio en su ciudad, Birmingham (Inglaterra). Allí voceó sus últimos gruñidos con los compañeros de su gran banda, Black Sabbath, y con la canción bandera del cuarteto que fundó el heavy metal, Paranoid. Ese concierto, al que se presentó en un trono de murciélago, ha resultado la última presencia en público del Príncipe de las Tinieblas.
Hoy martes, su familia ha comunicado que el carismático músico ha fallecido a los 76 años: “Con una tristeza indescriptible, informamos del fallecimiento de nuestro querido Ozzy Osbourne esta mañana. Estaba con su familia, rodeado de mucho cariño. Pedimos a todos que respeten la privacidad de nuestra familia en estos momentos”.



Quizá lo que mejor resume su frenética vida es este párrafo que escribió en su biografía extraído de una de sus muchas visitas al médico: “Una vez me atropelló un avión; bueno, casi. Y me he roto el cuello montando en quad.
Durante el coma morí dos veces. También he tenido sida durante 24 horas. Y he creído tener esclerosis múltiple, pero resultó ser un temblor de Parkinson. Ah, y he tenido gonorrea unas cuentas veces.
Y un par de convulsiones, como aquella vez que tomé codeína en Nueva York, o cuando me metí la droga de los violadores en Alemania». Osbourne era así: estrambótico, payaso, excesivo. Envuelto siempre en este desfase, a Ozzy le dio tiempo a frenar y a reflexionar sobre su vida.
Sufrió con sus hijos, cuando estos siguieron los perores caminos del padre. Después de una etapa especialmente mala de su hijo Jack, Ozzy le dijo: “¿Qué haces emborrachándote a todas horas, Jack? Nunca te ha faltado de nada ¿Qué te ha faltado, eh, qué te ha faltado?”. Y Jack se me quedó mirando y lee dijo: ‘Un padre». Contaba el episodio con pena, quizá también para mirarse en un espejo que muchas veces ofreció una imagen demasiado desagradable de él.